Wittgenstein cierra la obra central de su primera etapa, el Tractatus, con un aforismos intrigante: “Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio”. La interpretación de esta frase ha sido de lo más variada, el positivismo lógico lo interpreto como una prohibición para hablar sobre metafísica, y al contrario en la actualidad se interpreta como un proposición mística, un llamado de Wittgenstein para permanecer alerta a los intentos de explicar desde la racionalidad aquello que escapa a la propia capacidad de cognición y de expresión de lo que podemos conocer. Pero, además de esta interpretación parece que también es muy popular pensar que la sentencia es una orden para evitar que alguien fuera de un campo de conocimiento critique a sus vecinos. Es cierto como señalan los autores de varios de los artículos de esta semana que la ciencia implica la pertenencia a un grupo que comparte un lenguaje que es una de sus herramientas principales de trabajo. Pero, afirmar esto de manera normativa lleva tarde o temprano a negarle, a cualquiera que no comparta nuestras competencias, el derecho a expresar su opinión respecto a nuestro trabajo. Por ello la insistencia de Lévy-Leblond de abordar el problema del lenguaje y de su papel en la relación entre ciencia y sociedad, y de la importancia de esta última en el desempeño de la primera.
Sin duda, la ciencia ha posibilitado muchos de los cambios sociales que ahora vivimos, pero la ciencia no existe exenta a la sociedad que la produce. En ese sentido la noción de que la democracia depende de la ciencia puede ser peligrosa, tanto como suponer que podemos hacer ciencia sin democracia, ya que esta es fundamental para permitir el libre dialogo, la crítica y el debate de las ideas, científicas o no. Parece que algunos científicos y otros que no lo son pero se han auto-nombrado guardianes de la ciencia, les gustaría volver a la época de la inquisición y simplemente mandar callar a aquellos que la critican. Esto es grave no sólo como atentado a los derechos de expresión, sino porque además niega uno de los principios básicos del trabajo científico. Aun con sus limitaciones, la noción central de Popper de que la ciencia avanza a cuestionando del conocimiento ya establecido, sigue siendo una de las mejores explicaciones para entender el avance del conocimiento desde Copernico, y si Galileo se hizo famoso, fue por si interés en explicar su hallazgos y al contrario, porque fue mandado a callar bajo la premisa de lo que decía era peligroso para el bien público. Comparto pues la llamada de Lévy-Leblond de hacer de la divulgación de la ciencia una instancia de crítica de la misma, al tiempo que los científicos son críticos con su propia práctica y no pierdan la perspectiva histórica de su trabajo.
Por supuesto, esto lleva a los polémicos textos de Flight to the Reason. Si bien por principio hay que aceptar que muchos de los ataques de la posmodernidad a la ciencia se centran en cuestiones más bien colaterales a la práctica cotidiana de la ciencia. No podemos responsabilizar completamente a los científicos de las consecuencias de sus hallazgos, ya que muchas veces las aplicaciones dependen de coyunturas históricas en las que el científico no puede hacer mucho. Pero tampoco estos pueden suponer que su práctica esta exenta de estas coyunturas y que la ciencia no se ve influenciada por ellas, y en consecuencia tampoco puede sentirse ajeno a ellas. El rechazo que ciertos sectores de la sociedad sienten hacia la ciencia tampoco es nuevo, y es muy probable que el numero de opositores a la ciencia hoy en día sea considerablemente menor que hace menos de 50 años debido a la penetración de la educación forma y de la divulgación del conocimiento científico. Tal vez la preocupación de los autores de las conferencias de Flight es que los que cuestionan la ciencia hoy en día son influyentes a nivel social y político, pero durante mucho tiempo el principal opositor a la ampliación del campo de acción de la ciencia fue la Iglesia que contaba con mucho más influencia social y política. A la larga la ciencia termino demostrando que en muchos temas tenía la razón, y no lo hizo como la Iglesia por golpes de autoridad, sino con demostraciones sencillas que podían ser explicadas y corroboradas por cualquiera. Tal ves esto es lo que han olvidado los científicos indignados por la nueva ofensiva de la irracionalidad, la ciencia en el pasado avanzó porque no se supuso infalible, sino capaz de cuestionar la infalibilidad de otras instituciones. Por ahora, algunos científicos parece que han olvidado ellos mismo son hijos de la posibilidad de cuestionar el conocimiento establecido, de inventar nuevos lenguajes para hablar de lo que aun no era evidente.
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