En una sola semana vimos una denuncia de Ortega y Gasset contra el científico-masa, y a una contra-replica de un científico que ha hecho de todo para no quedar en la masa. La determinación de Lovelock de mantenerse como un independiente es tal vez la antítesis de la visión de Ortega y Gassete de un científico devorado por el aparato de su propia ciencia e ignorante de cualquier cosa que pasara en su alrededor. Pero el caso de Lovelock me parece en muchos sentidos interesante, aunque al mismo tiempo cuestionable. Si bien su determinación de trabajar siempre para si mismo fue fértil para su propio trabajo queda una sobra de deuda de si hubiera podido hacer mucho más guiando a equipos de investigación más amplios. Porque al final, la ciencia no es una labor de individuos excepcionales, sino de muchos científicos que contribuyen un poco a construir nuevas comprensiones, a través de la comprensión entre ellos. Ortega y Gasset no denunciaba que el científico se convirtiera en un artesano del conocimiento que contribuyera con sus pares, y en su caso los guiara, sino que se aislara del resto del mundo y que olvidara todo lo que no fuera su estricta competencia y se convirtiera en un ente anónimo para la sociedad en su conjunto, pero además con la pretensión de saber más que los demás. Por momentos Lovelock, con toda su excepcionalidad y su trabajo de reflexión, fundamental para entender a nuestro planeta, se parece un poco a ese científico aislado, por otros emerge su responsabilidad social y sus críticas a los que en el ámbito político deforman las ideas científicas a su conveniencia. En conjunto, la autobiografía de Lovelock nos muestras la vida cotidiana de un científico lejos de las idealizaciones del científico consagrado únicamente a su trabajo. Desde la descripción de sus viajes, el reconocimiento de la importancia del amiguismo, la forma en que los encuentros fortuitos hilaban ideas nuevas, los enfrentamientos con la burocracia, hasta las forma en que sus preferencias de clima o gastronomía terminaban por definir mucho de su trabajo subsecuente, Lovelock hace patente que el científico es también un ser humano que actúa por impulsos a veces poco racionales. Freud tendría que decir mucho de su infancia, y su decisión de llamar a su teoría Gaia, pero tal vez a Freud el científico le habría interesado la forma en que pudo enlazar sus gustos personales con su trabajo científico para hacerlo más provechoso, cosa que Sigmund tal vez no pudo lograr absorbido por las horas interminables de diván. Pero en este punto es donde tal vez un Ortega y Gasset le haga notar su falta de compromiso y de voluntad para trabajar con otros y guiarlos, de solo auto-afirmarse y sentirse complacido en todo momento por su conducta sin someterla al escrutinio de otros.
Pero al final, el escrutinio de los otros, no solo de sus pares, es el que podría poner a los científicos a buen resguardo de convertirse en hombres-masa. Y es en cierta forma lo mismo que quiere demostrar Asimov en su referencia a la belleza que revela la ciencia, si esta no cumple con su papel de desvelar para todos y no solo para si misma, lo que hay de bello en el mundo, entonces sera percibida desde fuera como un mundo árido lleno de personas extrañas que sólo están interesadas en sus asuntos. El problema que creo resumen los tres textos y que tienen que ver con muchos de los vistos con anterioridad es el de como los vasos comunicantes entre los científicos, la sociedad científica y la sociedad en general son también un motor para el desarrollo del conocimiento, y que debilitarlos, permitiendo que el científico sólo se preocupe de su encumbrado conocimiento como denuncia Ortega y Gasset, ocultándose tras instituciones sin probar y conocer otras formas de hacer ciencia como lo evito Lovelock, o cancelando la posibilidad de que el ciudadano común también disfrute de la belleza de la ciencia como lo plantea Asimov, solo contribuirá a debilitar a la propia ciencia.
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