martes, 22 de junio de 2010

El pancracio científico. Simulación de una lucha entre los pensadores entrevistados por Guy Sorman.



La arena estaba de bote en bote, la gente loca de la emoción, en el ring luchaban los verdaderos pensadores de nuestro tiempo.

Respetable público, lucharán a un caída sin límite de tiempo. En la esquina ruda del determinismo, desde Gran Bretaña, el fundador de la ecología, James Lovelock; de Francia, con una medalla Fields, el matemático francés René Thom; y directo de la Universidad de Harvard, Edwuard Osborne Wilson, fundador de la sociobiología. Por el bando de los técnicos realtivistas, con el mayor producto mediático de divulgación científica, el astrónomo americano Carl Sagan; desde Rusia con amor y con un premio Nobel de química, el belga Ilya Prigoguin; y desde los Estados Unidos, uno de los herederos de Darwin, el paleontólgo de Harvard, Stephen Jay Gould. Empieza la contienda.

Saltan al ring Sagan y Lovelock. El ecológo asesta al astrónomo el golpe del financiamiento de los científicos explotando la credulidad el público, Sagan ve estrellitas pero se recompone y le da justo en la cara de su ostracismo a Lovelock con el golpe de la divulgación científica, el británico se lleva las manos al rostro mientras el americano ataca con patadas del calentamiento artificial por agujeros en la capa de ozono, Lovelock alcanza a evadir los golpes y aplica su llave maestra “la hipótesis de Gaia”. Sagan convalece ante los gases emitidos por los seres vivos, pero se zafa con el abuso en los hidrocarburos. Al final, aceptando a los seres humanos como desestabilizadores del medio, se dan cordialmente la mano y aceptan a la ciencia como conocimiento válido para salir de la crisis en que se encuentra la humanidad. Los ecologistas del público corean el nombre de Lovelock, pero éste les dirige una seña obscena. Sagan sonríe. Ambos le dan el relevo a miembros de su bando.

Entran al cuadrilátero René Thom e Ilya Prigoguin. Comienzan tanteando el terreno, y Prigoguin se le deja ir a Thom con su premio Nobel, éste se hace a un lado y le hace un pase de tauromaquia pintándole unos cuernos con su medalla Fields. El belga se enfurece y ataca al francés con la llave cuántica del caos, Thom no se rinde pero queda tendido en el centro del ring, Prigoguin sube a la tercera cuerda y se lanza sobre el matemático, éste lo recibe con unas patadas de la teoría de las catástrofes. Con el químico semiinconsciente, Thom le aplica la hurracarrana del determinismo y Prigoguin se libera con el efecto mariposa, saliendo muy desmejorado del ring por debajo de la primera cuerda. Thom choca la mano de Gould dándole el relevo. Wilson también está listo.

Ingresan al terreno de las acciones los dos de Harvard. Wilson toma a Gould del brazo con la llave del determinismo genético, el paleontólogo comienza a sentir hormigueos pero se rehace aplicando el pulgar del panda. Wilson, quien está a punto de ceder ante el dolor de las malas adaptaciones, se libera y atrapa a su adversario en su prisión de genes. Gould se escapa como el ser humano a la selección natural y su ingreso a la evolución cultural, Wilson le asesta el golpe de la coevolución y lo saca del ring. Wilson se sale desde la tercera cuerda en el lance de la no unidad de la especie humana, pero Guold lo atrapa en el aire y lo estrella contra el poste de los efectos adversos de la discriminación como producto de la sociobiología, sin embargo, el argumento de que las diferencias no implican superioridad amortigua el impacto.

En eso entran a la arena los luchadores del creacionismo y las pseudociencias, y son aclamados por un sector importante del público. Todos los científicos hacen un frente común para atacarlos, pero aquellos evaden sus argumentos y tratan de alborotar a la gente lanzando el desafío de que sus adversarios traten de destruir a su líder comprobando científicamente que no existe. La lucha programada se suspende y queda el reto con los invasores para una pelea fechada tentativamente en el 2012, aunque los pesudocientíficos no se rinden fácilmente, pero los científicos tampoco.

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